jueves, 10 de septiembre de 2009

Luna negra, flor venenosa, nido de culebras

Adquirí uno de los deleites literarios de mi infancia: La hija del Espantapájaros de María Gripe, escritora sueca. Me gusta la forma en que esta "escritora de libros infantiles" muestra la soledad infantil. Antes aseguraba que nos empeñamos en creer que no es posible que un niño se sienta solo, pero por lo caótico que se ha puesto el mundo corrijo ahora esa asevereción: somos conscientes de la posibilidad de ésto, solo que estamos tan insensibilizados que no nos sorprende.

La historia del libro es simple: Loella es una niña que vive sola en el bosque cuidando a sus hermanos. Los tres esperan el regreso de su madre de Sudamérica. Loella monologuea con el espantapájaros de su casa, a quién llama Papá Pelerín.

Recuerdo que mi maestra de primaria de aquél entonces nos mencionó que la gente de la Europa escandinava no es tan cálida como nosotros. Leí un artículo que informaba que, de acuerdo a investigaciones, gran parte de esos países se encuentran entre "los más tristes del mundo", es decir, tenían un alto índice de depresiones. El artículo lo atribuía al frío. Por éste motivo me hice al fin del libro que tanto me gustara hace seis años.

1 comentario:

  1. Decía el escritor Dylan Thomas que el problema de escribir para niños era que tarde o temprano (por leer libros) iban a dejar de ser niños e iban a ser conscientes del dolor. El que escribe para niños engendra viejos.

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